El cuidador de elefantes by Christopher Nicholson

El cuidador de elefantes by Christopher Nicholson

autor:Christopher Nicholson [Nicholson, Christopher]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2009-01-04T16:00:00+00:00


Milord:

Le agradezco su misiva y sus buenos deseos sobre la salud de mi esposa y la mía. Requiere usted noticias del elefante que trasladaron aquí desde la propiedad del conde Ancaster de Grimsthorpe, en Lincolnshire. Ese infortunado animal llegó a Langley en la primavera de 1772, y quedó alojado en unas caballerizas que se habían preparado para acogerlo. Allí lo asistían dos mozos de cuadra que yo designé para que atendieran a sus necesidades, y que hicieron todo lo posible para que estuviera cómodo; sin embargo, desde el principio, pese a las garantías que me habían dado en lo referente a la bondad de su naturaleza, hizo gala de un temperamento voluble e impetuoso, barritaba escandalosamente, rechazaba toda tentativa de amistad, y amenazaba con violencia a todo aquel que se acercara demasiado. Aun con las patas estrechamente esposadas, se lo consideraba demasiado peligroso para sacarlo de su alojamiento; en efecto, nadie osaba entrar en él por miedo a ser atacado; y a veces cargaba contra los muros del recinto, golpeándolos con fuerza colosal, para luego retroceder con la sesera aturdida. Yo mismo presencié tales embestidas, y puedo dar fe de la furia de su comportamiento. Hubo luego un periodo en que, si bien su actitud continuó siendo huraña, se fue tranquilizando; lo que animó a los mozos a reanudar sus tentativas de acercamiento. Me habían asegurado que estaba domado para la monta, pero temo que fuera una información incorrecta, porque cuando uno de los mozos trató de montar en él, bajando sobre su lomo desde las vigas del establo, le dio un ataque de furia y empezó a embestir como un toro salvaje, y de no haber estado sujeto con un arnés no cabe duda de que el hombre habría perdido la vida. En aras de su propia seguridad, los mozos resolvieron a vendar los ojos al elefante, cosa que, según tengo entendido, sólo lograron con gran riesgo y al cabo de numerosos intentos, después de aturdirlo con bebidas fuertes. Sin embargo, una vez que recobró el sentido, con la trompa se arrancó enseguida la venda de los ojos. Creo que entre los mozos se produjo cierta discusión sobre si se le debería atar la trompa, hasta que comprendieron que así no podría alimentarse. Se dio orden para que confeccionaran una amplia capucha de cuero. Una vez que se suministró al elefante una buena cantidad de alcohol, se le puso la capucha en la cabeza, asegurándosela alrededor del cuello. Frustrado por su incapacidad para quitarse la capucha, y encontrándose en permanente oscuridad, el animal cayó en un estado de apática desesperación, reanimándose de vez en cuando para renovar sus intentos de machacarse los sesos. Se negó a comer, arrojando desdeñosamente a un lado el heno que se le ofrecía. En ese punto me consultaron. Al ver la desdichada condición del animal, y de su alojamiento, sumido para entonces en una densa capa de inmundicia, resolví que le quitaran la capucha. Mi esperanza consistía en que el elefante respondiera con gratitud.



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